La crítica -
Por Juana Samanes
El director Paul Thomas Anderson (Pozos de ambición, El hilo invisible) toma elementos, a su manera, de la novela Vineland, de Thomas Pynchon, que describía los movimientos de un grupo radical de los años 60, pero adaptándolo a la actualidad. La historia, narrada en dos tiempos, tiene como protagonista a Bob, un antiguo revolucionario que vive desconectado desde hace 16 años de su faceta combativa, en un estado penoso debido al consumo de drogas y alcohol. Lo único que le une con la realidad es su adolescente hija Willa, una chica inteligente y que, por circunstancias, se ha hecho autosuficiente. Willa fue el fruto de la relación que Bob tuvo con una compañera de armas, Perfidia, una mujer muy violenta que desapareció misteriosamente y le rompió el corazón. Pero, cuando aparece de nuevo en sus vidas un villano militar, que les persiguió incansablemente, y su hija desaparece, a Bob no le queda más remedio que intentar rememorar su comportamiento de tiempos pasados.
No exagero si afirmo que los treinta primeros minutos de la película se llevarían un sobresaliente en cuanto a sordidez, cuando describe la enfermiza obsesión y relación que se establece entre el malvado militar y la cruel Perfidia. A partir de ahí, nos encontramos con una singular persecución donde abundan los personajes estrambóticos, desde el histriónico y cruel militar, encarnado por Sean Penn, como las monjas que viven cultivando marihuana, el profesor de artes marciales que se dedica a pasar espaldas mojadas o un grupo fascista y xenófobo que aspira a expulsar del país a todos los inmigrantes, porque el tema conspiranoide le encanta a Anderson. Precisamente el tráfico de inmigrantes es un asunto que recorre todo el metraje de la película (sin duda desmedidos esos 161 minutos), al mismo tiempo que analiza esa relación paterno filial y presenta una sociedad en continuo sobresalto por las acciones de ese grupo revolucionario, autodenominado French 75,que realmente es un grupo terrorista y al que parece que el director mira con cierta simpatía.
Leonardo Di Caprio realiza una estupenda actuación al igual que Benicio del Toro o la joven Chase Infiniti, otra cuestión es el papel que encarna Sean Penn que de tan malísimo roza el esperpento, incluso, por ejemplo, en su forma de andar.
Lo que es una auténtica maravilla en este film es como está rodado, hay una escena que discurre por carreteras solitarias, de cuestas pronunciadas, que es capaz de hacer sentir al espectador que está montado en una montaña rusa. Impresionante también la banda sonora, del compositor Jonny Greenwood, tan estridente como la historia que acompaña.
Un relato que, no obstante, fracasa argumentalmente porque da unos giros desconcertantes en la trayectoria vital de algunos de los personajes principales y que tiene un desenlace totalmente redundante por una parte y, por otra, que rebosa de un sentimentalismo que rompe con todo lo que hemos visto anteriormente.